En el año 1345 a.C., el rey asirio Asur-Uballit
escribía al faraón egipcio Amenofis IV: “estoy
construyendo mi nuevo palacio. Mándame suficiente oro para decorarlo con
propiedad. Solo me has regalado unos meros talentos. ¡No es suficiente para
pagar los viajes de mis mensajeros! Si tu disposición a nuestra amistad es
verdadera ¡envíame mucho mas oro! ¡Todo queda en familia! Dime lo que necesitas
y yo te lo proporcionare”.
En la epístola, el rey asirio se dirigía al faraón
como un igual, una especie de hermano al que se le podía exigir grandes
cantidades del precioso metal, lo que no debió agradarle nada a Amenofis. La
soberbia del monarca reflejaba su ambición por situar a su país en el mismo
rango de poder del que gozaban civilizaciones como los babilonios, hititas y
egipcios.
Relieve de los Leones Alados |
En aquel entonces, las fronteras del imperio asirio
alcanzaban por el norte el límite de la actual Turquía, gran parte de Siria y
áreas muy amplias del sur de Irak. Su capital era Assur, la ciudad sagrada y
sede da la divinidad homónima.
Aunque no hay muchos datos sobre la personalidad del
dios Assur, los historiadores disponen de un valioso caudal de información
sobre el funcionamiento del imperio de Tukulti-Ninurta y su poderoso ejército,
una maquinaria bien equipada que estaba constituida por unidades de caballería,
carros de combate y soldados armados con arcos y lanzas.
En una tablilla de barro desenterrada en Nínive, el
monarca Tukulti-Ninurta alardeaba de sus cruentas hazañas bélicas: “llené con sus cadáveres las cuevas y
acantilados de las montañas. Amontoné sus cadáveres, como pilas de granos,
junto a sus puertas. Saqueé sus ciudades y las convertí en montañas de ruinas.
Así me convertí en señor del extenso territorio de los qutu.”
Si la caballería y las unidades de carro de combate
asirios resultaban letales para sus enemigos, sus fuerzas de choque adiestradas
para la toma de ciudades amuralladas eran las mejores de la época. Hace casi
3.500 años, su ejército utilizaba grandes torres de asalto montadas sobre
plataformas con ruedas capaces de destruir las defensas mas solidas de aquellos
tiempos.
Ilustración de la ciudad de Ninive |
No más crueles que otros pueblos de su entorno
Pese a la crudeza del relieve, cabe
recordar que la violencia en el campo de batalla fue algo común en la
antigüedad, una época en la que la vida humana valía poco. Muchos arqueólogos
aseguran que los asirios no fueron más sanguinarios que otros pueblos del
Oriente Próximo. Es cierto que eran unos guerreros feroces, pero también amaban
las artes, la jardinería y la arquitectura.
El deseo de Tukulti-Ninurta de ampliar y remozar la
antigua ciudad de Assur es buen ejemplo de ello. Además de reforzar las
murallas que la protegían de los ataques enemigos, cuyo foso se amplió hasta
alcanzar casi 20 metros de ancho, el monarca hizo construir palacios que
engalanaron la capital del imperio. En aquel entonces, en torno al años 1230
a.C., Assur pasó a ser la metrópoli económica del mundo, la ciudad más
cosmopolita del Oriente Próximo.
Los arqueólogos que han excavado sus restos
encontraron numerosas tablillas de arcilla con textos escritos en caracteres
cuneiformes que incluyen listas de reyes, relatos de grandes batallas, recetas
para la elaboración de perfumes, manuales para la doma de caballos, catálogos
de plantas medicinales y cuentos eróticos que narran los amores del dios Marduk
(de origen babilónico) y la divina Ishtar, una relación que desato los celos de
Zaparnitum, esposa del primero.
Recurrían a cualquier medio para predecir el
futuro
Los asirios
practicaron complejas técnicas adivinatorias. Todo lo que abarcaba su universo,
desde los planetas hasta las criaturas que se arrastran por la tierra, se
interpretaba como un sistema codificado de mensajes sobre el futuro. Debido a
las intrigas palaciegas, los monarcas tenían la costumbre de nombrar a un
sustituto cuando pensaban que sus vidas estaban amenazadas, pero el peligro no
solo venia de familiares insatisfechos o de otros grupos de desafecto. Los
asirios creían que los eclipses lunares podían ser letales para la integridad
física de sus monarcas. En las fechas poco propicias, los nobles elegían a un
pobre hombre que debía ocupar el trono mientras el rey se ocultaba en el
interior del palacio. Si los astros de la bóveda decidían que el monarca debía
morir, nada mejor que engañarlos y ofrecerles la vida de un sustituto. El
elegido debía morir al final de su falso reinado. No contento con estas medidas
de seguridad, el rey Tukulti-Ninurta ordeno construir una ciudad a 3 km al
norte de Assur para aislarse de los enemigos internos. El gobernante nunca
pensó que su propio hijo lo asesinaría años después en su palacio.
Con el final de la antigua dinastía llego la
edad oscura
Para evitar el
desmembramiento de Asiria, los herederos de Tukulti-Ninurta mantuvieron el
territorio en un continuo estado de guerra, pero sus esfuerzos fueron
infructuosos. Después de la muerte del último monarca de la antigua dinastía,
Asur-Bel-Kala (1073-1056 a.C.), el imperio se desmorono y comenzó una “edad
oscura” que duro varios siglos.
Asiria volvió a florecer como gran potencia regional
bajo los reinados de Sanaquerib y Asurbanipal, de 705 a 612 a.C. Fueron casi
cien años gloriosos en el que el imperio brillo con fuerza. Su nueva capital,
Nínive, quedo bajo la protección de Ishtar, la diosa del amor y la guerra, cuyo
rostro barbudo simbolizaba el poderío de aquel pueblo belicoso.
Apenas alcanzo el poder, Sanaquerib tuvo que dedicarse
a fondo a terminar con las actividades guerrilleras de Marduk-Apla-Iddina, un
hábil estratega que firmo una alianza con Babilonia para activar la resistencia
contra el imperio asirio. En respuesta a la revuelta, Sanaquerib puso en el
trono babilónico a su primogénito, Asur-Nadim-Sumí, que fue asesinado poco
después.
Abatido por la muerte de su hijo, el monarca asirio
reacciono con gran violencia. Su ejército tomó Babilonia, ejecutó a muchos
habitantes e incendió sus palacios y templos. Es cierto que el señor de Nínive
ordeno la mutilación y la muerte de miles de enemigos, pero lo mismo hicieron
los monarcas de otros imperios antiguos. Además Sanaquerib tenía sus pequeñas
debilidades. Mando a construir un palacio de “alegría, el amor y la felicidad” para dedicárselo a su esposa
principal, la reina Tashmetum-Sharrat, “a
quien la diosa Belet Ili había agraciado con una belleza que no fue concedido a
ninguna mujer”. Este texto aparece en una inscripción grabada sobre la
puerta principal de aquel fastuoso palacio.
Luego del asesinato de su primogénito, Sanaquerib
designo como nuevo heredero al trono a su hijo Asaradón, una decisión que
provoco el resentimiento de sus otros vástagos, que comenzaron a conspirar
contra su padre. Ajeno a las intrigas familiares, el monarca concentro sus
esfuerzos en la construcción de grandiosas obras hidráulicas que dotaron a
Nínive de fabulosos jardines y extensos cañaverales donde vivían jabalíes,
ciervos y todo tipo de pájaros. Con una población que rondaba los 120.000
habitantes, la capital asiria se convirtió en el centro neurálgico del imperio
más poderoso de la época. Gracias a una inscripción desenterrada en el
yacimiento de Nínive, se puede leer un texto milenario que muestra que muestra
la magnificencia de aquella gran ciudad:”para
que los campos floreciesen, abrí las montañas y el valle con picos de hierro y
excave un canal. Yo, Sanaquerib, extendí Nínive, mi capital, amplié sus plazas
y construí calles y avenidas tan iluminadas como el día”.
Ocupado en sus tareas de gobernante, el monarca no se
percato de la conspiración palaciega que se estaba fraguando contra él y su
sucesor Asaradón. Como consecuencia de ello, en 681 a.C., Sanaquerib fue
asesinado en la entrada principal de su palacio. Los encargados de alejar los espíritus
del mal, dos grandes toros alados de barba rizada que flanqueaban la puerta,
poco pudieron hacer para preservar la vida del rey, pero la trama golpista
fracasó. Con la ayuda de gran parte de la nobleza, Asaradón se enfrento a sus hermanos
y logro afianzarse en el trono. En el año 671 a.C., un gran ejercito asirio
escoltado por camelleros árabes, consiguió derrotar a las fuerzas del faraón
egipcio Tharka y tomar la ciudad de Menfis, que fue saqueada sin piedad por los
invasores. Aquella victoria alcanzo la inmortalidad gracias a una
inscripción que recoge las palabras de
Asaradón:”yo puse sitio a Menfis y la
conquisté en pocas horas por medio de túneles, brechas y escaleras de asalto;
la destruí, derribé sus muros y la incendié. Su reina, su presunto heredero,
sus otros hijos, sus posesiones, caballos, incontable ganado mayor y menor, los
lleve como botín de guerra a Asiria”.
Una vez reforzado su dominio sobre Egipto, el monarca
de Nínive decidió suavizar la presión sobre Babilonia, enemigos tradicional de
Asiria; ordeno devolver a la capital los dioses que su padre Sanaquerib había
secuestrado y facilito el regreso de los deportados babilónicos a su tierra
natal. Asaradón era profundamente supersticioso, pero fue un rey precavido que
supo granjearse apoyos para nombrar un heredero al trono. El elegido fue
Asurbanipal, cuya coronación como rey de Asiria se produjo en 668 a.C.
Los ejércitos asirios
Los cien años
que Nínive domino el Oriente Próximo fue gracias a su poderosa fuerza militar.
En la época de Senaquerib, el ejército se componía de varias unidades. En el
primer lugar se encontraba la guardia personal del rey, que tenía al menos un
cuerpo de carros de combate y otro de caballería. A estas dos unidades se
sumaban otros cuerpos secundarios de guardias del palacio compuesto de caballería
e infantería. El ejército regular, comandado por un eunuco, estaba formado por
carros de combate, infantería (lanceros y arqueros) y una fuerza de demolición
para la toma de ciudades. Las unidades étnicas se componen de hombres
provenientes de los países que fueron
invadiendo los asirios. Durante el reinado de Senaquerib se organizo una unidad
de combate egipcia y otras con hombres de Elam, cuya capital, Susa, se
encontraba en el territorio que hoy ocupa Irán. Con aquel ejercito bien
pertrechado, el pequeño estado asirio domino a las naciones vecinas y
transformo el mundo.
Toma de Tebas y revueltas independentistas
babilónicas
Su primera medida política fue volver a invadir Egipto
y tomar la ciudad de Tebas, una operación militar que evito las interferencias
egipcias en los territorios que actualmente ocupan Siria y Palestina. Sin
embargo, Asurbanipal no pudo impedir que se desatasen nuevos disturbios en
Babilonia, en este caso unas revueltas independentistas que posteriormente,
resultaron letales para el imperio asirio.
Aunque fue un hombre cultivado que apreciaba la
literatura y el arte, Asurbanipal ejerció el poder con una gran determinación
no exenta de violencia y crueldad. Una pintura muestra al monarca descansando
en el jardín de su palacio. A su lado aparece su mujer y un grupo de jóvenes
que amenizan con sus canticos el placentero reposo del rey. Al fondo de la
idílica composición se puede apreciar un árbol, de cuyas ramas pende la cabeza
de un enemigo.
Durante el reinado de Asurbanipal, los artistas
asirios mostraron una gran habilidad para representar de forma plástica las
figuras que esculpían en sus extraordinarios bajos relieves, algunos de los
cuales se puede admirar actualmente en el Museo Británico de Londres. Entre
ellos se destaca el famoso de la cacería de los leones, que simbolizaba la
protección que prestaba el monarca a sus súbditos ante la influencia de los
espíritus malignos.
En aquellas celebraciones, que tenían lugar durante el
festival de año nuevo, se soltaban 18 grandes felinos en un recinto vallado. El
número de animales sacrificados correspondían a las puertas de acceso que tenia
la ciudad de Nínive. Los caminos que partían de ella quedaban simbólicamente
asegurados con la cacería ritual de leones.
Los trabajos de excavaciones arqueológicas han
desenterrado numerosas tablillas de arcilla con escritos cuneiformes que nos
brindan la posibilidad de escudriñar algunas de las consultas que hacían los
oráculos de Nínive a sus dioses. En uno de ellos, se puede leer el siguiente
texto:” ¿debe Asurbanipal, príncipe
heredero del palacio sucesorio, beber esta droga que se encuentra anta tu gran
divinidad? ¿Al beber esta droga él se recuperara y sanara? ¿Vivirá y se pondrá
bien? ¿Se salvara y se librara?¿saldrá la enfermedad de su cuerpo?¿lo sabes
gran divinidad?”. El legado más importante del reinado de Asurbanipal fue
su colección de tablillas de arcilla, una especie de biblioteca que custodiaba
toda la sabiduría acumulada del pueblo asirio durante siglos. Aquel tesoro
documental fue descubierto en 1853 por Hormuzd Rassan, el arqueólogo nacido en
Mosul, entonces parte del imperio otomano, que sucedió al ingles Layard en las
excavaciones de Nínive.
Después de la muerte de Asurbanipal, todo el esplendor
de Asiria se vino abajo como un castillo de naipes. En el año 614 a.C., un
líder militar llamado Nabopolasar declaro la independencia de Babilonia y firmo
un tratado con Ciaxares, rey de los medos, las tribus de origen nómada
asentadas en el actual territorio de Irán. El objetivo de aquella alianza era
atacar las principales ciudades asirias. La primera en caer fue Assur, cuya
destrucción anuncio el final agónico de un imperio que había gobernado el mundo
durante casi cien años gloriosos.
El final
A continuación,
los ejércitos babilónicos y medos sitiaron Nínive durante tres meses hasta que
lograron desbordar sus murallas. Luego de una orgia de sangre y fuego, la
ciudad fue saqueada y muchos de sus habitantes asesinados. En un gesto de
aniquilación ritual y en venganza por la destrucción de Babilonia, Nabopolasar
ordeno a sus hombres que inundasen a Nínive. Paradójicamente, los canales que
había mandado a construir Sanaquerib para embellecer la ciudad fueron
utilizados por sus enemigos para destruirla. De aquella fantástica urbe solo
queda un vago recuerdo en las páginas de la Biblia. Los arqueólogos del siglo
XIX la rescataron del olvido y los iraquíes la reconstruyeron con orgullo.
Hallazgos arqueológicos de Nínive
En 1845, el
aventurero y arqueólogo ingles Austen Henry Layard comenzó sus excavaciones en
la colina de Nemrod. En aquel lugar, muy cercano a la actual ciudad iraquí de
Mosul, encontró las ruinas de Nínive, la capital del imperio nuevo asirio, cuyo
máximo esplendor correspondió a los reinados de Asurbanipal (668-626 a.C.). Entonces,
Nínive era una urbe espectacular:”en la
que los comerciantes eran más numerosos que las estrellas del cielo”, según
se lee en una tabilla cuneiforme. En ese fabuloso yacimiento arqueológico,
Layard desenterró los primeros relieves asirios, entre ellos los que
representan reyes asirios sobre carros de combate. También localizo gigantescos
toros y leones alados. Después de un reposo milenario, aquellas colosales figuras
fueron transportadas por el rio Tigris para alcanzar el puerto donde fueron
embarcadas con rumbo a Europa. Las esculturas viajaron por dos océanos, dieron
vuelta a África y llegaron sanas y salvas al Museo Británico de Londres, donde
actualmente pueden ser apreciadas.
El arqueólogo Hormuzd
Rassan, sucesor de Layard en el vasto yacimiento de Nínive, encontró
unas placas de arcilla que contenían el Gilgamesh,
la obra literaria más importante del mundo antiguo. Rassan envió aquellas
extrañas placas repletas de signos cuneiformes a Londres, donde George Smith
las descifro en 1872. Las tablas hablaban de Ut-Napisti, el antepasado común de
todos los humanos. El y su familia fueron los únicos que lograron eludir la
gran inundación que envió Dios para castigar a los hombres por sus graves
pecados. Por orden divina, Ut-Napisti construyo un barco para salvar a sus
parientes y a los animales elegidos. El desciframiento de Gilgamesh resulto
contener una representación primitiva del Arca de Noé y el Diluvio Universal,
que provoco un gran revuelo en la Inglaterra victoriana. El libro sagrado
recogía más que solo leyendas, como la que describe el viaje de Jonás a la
pecaminosa Nínive, una ciudad que durante siglos fue considerada mítica hasta
que Layard la descubrió.
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