viernes, 26 de abril de 2013

Las Naciones-Estados Europeas

La Nación-Estado que surgió en Europa para después extenderse después por todo el mundo, en el periodo comprendido entre finales del siglo XVIII y comienzos del XX , emergió de distintas maneras. En las naciones de tradición monárquica, desde España hasta Escandinavia, gran parte del trabajo de unificación y consolidación ya lo habían realizado los monarcas centralizadores y reformadores. Fue en Inglaterra, Francia, España, Portugal y Rusia donde, luego de la revolución burguesa, la soberanía del pueblo doto de contenido nacional al viejo estado.

En Europa central aparecieron dos grandes estados nacionales, Italia y Alemania, que alcanzaron su unidad entre los años 1850 y 1871. La gran Nación-Estado se formo en ambos casos, partiendo de un núcleo hegemónico, a través de la unificación de Estados más pequeños para construir un conjunto mayor.

En Europa oriental se encontraban los grandes imperios multinacionales de Austria, Turquía y Rusia. Aquí no podía haber compromiso entre pueblo y Estado, y tampoco había posibilidad de utilizar el Estado existente como núcleo alrededor del cual edificar una Nación-Estado; por eso las naciones surgieron segregándose de los grandes imperios. La conciencia nacionalista y patriótica del liberalismo triunfante cristalizo con las primeras independencias producto de las primeras revoluciones románticas (Grecia, en 1822-1830 y Bélgica, en 1831).
Revolucion Francesa de 1848

La chispa revolucionaria también prendió en América, donde muchos países reclamaron su independencia, como Paraguay, en 1811; Argentina, en 1816; Brasil y Ecuador, en 1822 y 1831 respectivamente; y EUA, en 1776.

Conviene precisar que en esta “primavera de los pueblos”, en expresión del historiador británico Eric Hobsbawm, se dio un movimiento de fabricación de naciones, en parte artificial, dirigido por la burguesía consciente y educada, y no por el pueblo; es decir, no existió en todos los casos el espíritu de nacionalismo popular que apareció en el siglo XX.

La unidad italiana

Giusseppe Garibaldi
Si se toma como ejemplo la unidad italiana, vemos como unos soñaban únicamente con asegurar la independencia real de los Estados italianos, eliminando la influencia austriaca, mientras que otros, los menos, pretendían realizar la unidad nacional, pero sin conseguir dar a sus proyectos una forma precisa. Italia había sido denominada como una simple expresión demográfica. El político y escritor italiano Massimo Taparelli, marqués d’Azeglio, decía en 1860: “Hemos hecho Italia; ahora tenemos que hacer a los italianos”. En el momento de la unificación, eran los menos los habitantes que hablaban realmente italiano; el resto se expresaba en idiomas tan distintos que los maestros de escuela que envió el Estado italiano a Sicilia en esos años se los tomo equivocadamente por ingleses. Cuando el político republicano Giusseppe Garibaldi, encarnación del mito guerrillero romántico, entro en Nápoles con sus camisas rojas enarbolando la bandera al grito de ¡Viva Italia¡ el pueblo napolitano pensó que Italia era su mujer.

Por otro lado, como ejemplo del nacionalismo de desintegración, en los tres grandes imperios del oriente europeo mencionados anteriormente, Austria, Turquía y Rusia, se reconocía el hecho de su composición plurinacional. Sus dirigentes habían intentado mantener el equilibrio siempre precario, entre las minorías integrantes de sus Estados. A veces recurrieron a formulas pactistas, como la creación del Estado de Polonia, o la Constitución dualista de 1867 en Austria-Hungría, que terminaron siendo ineficaces.

Las minorías nacionales hegemónicas en cada Estado tendían a absorber a las demás mediante un proceso de aculturación y de represión política. Ejemplos: los intentos de rusificación de Polonia, o la campaña de germanización (la población alemana de Austria dominaba a polacos, rumanos, rutenos, checos, eslovacos, italianos y serbocroatas) y de magiarización (dominaban a eslovacos, rumanos, serbocroatas y búlgaros) en Austria y Hungría, respectivamente. Las minorías descontentas, además, eran fácilmente manipulables por los Estados vecinos en su propio interés, lo que constituía una fuente de revueltas y conflictos armados continuos. El nacionalismo, tanto el de Estado como el irredento, era altamente combustible y fue uno de los desencadenantes de la 1ª Guerra Mundial.

Wilson entra en acción

Woodrow Wilson
Luego de la primera gran catástrofe del siglo XX, el presidente de los Estados Unidos, el idealista Woodrow Wilson, en gran medida el constructor de la paz en 1918, inspiro un nuevo orden internacional. Su idea de paz era una paz de justicia, en una época en a que el imperialismo había llegado a su fin, para crear un nuevo mundo bajos los auspicios de la Sociedad De Naciones. Wilson planteo el autogobierno y la autodeterminación de los pueblos, lo que afectaban, lo que afectaba, sobre todo, a las minorías nacionales de los imperios austro-húngaros y turcos, potenciando, de hecho, la idea del Estado nacional. Pero el idealismo wilsoniano choco contra la realidad del enjambre étnico y lingüístico de los pueblos centroeuropeos y la consiguiente imposibilidad de responder a las exigencias del principio de autodeterminación de los pueblos. Las nuevas formaciones territoriales no resultaron del todo exitosas porque se hicieron en función del reconocimiento de la personalidad nacional de grupos étnicos homogéneos.

El caos de la posguerra

Sin embargo, muchos Estados terminaron con una colección de nacionalidades distintas que tenían poco sentido desde la perspectiva de los principios que las inspiraron. El desmembramiento de estos viejos imperios y la aparición de Estados débiles, aquejado de graves tensiones políticas y sociales, provoco que, hacia 1920, la unidad política y económica de Europa central y oriental hubiera desaparecido. De estos nuevos Estados, muy pocos tenían la fuerza suficiente para resistir por si solos. Desde el punto de vista económico, su situación era peor que antes de la guerra, con la herencia de un atraso pronunciado, al que sumo el caos de la posguerra y la pérdida de un extenso mercado interior.

Al redefinir el mapa de Europa, se prestó poca atención a los factores económicos. Las nuevas unidades territoriales no tenían sentido económico y solo sirvieron para obstaculizar la recuperación. Estos Estados no solo tuvieron que hacer frente a los problemas ordinarios de la reconstrucción, sino que tuvieron que crear nuevas administraciones y economías nacionales a partir de la heterogénea variedad de territorios que habían heredado, tarea realmente difícil por los enfrentamientos étnicos internos, los graves problemas sociales, la pobreza y la ruptura de las relaciones comerciales anteriores.

Luego de la convulsión de a guerra, Europa se encamino a conocer la convulsión de la posguerra: “De una guerra europea puede brotar una revolución, y las clases gobernantes harían bien en pensar en ello. Pero también puede resultar un largo periodo de crisis contrarrevolucionaria, de reacción furiosa, de nacionalismo exasperado, de dictaduras, de militarismo monstruoso, una larga cadena de violencia retrograda”; estas palabras del pensador socialista Jean Jaurès se convertirían en proféticas.

El reajuste territorial no había contentado a nadie. Todo ambicionaban del otro tierras que consideraban injustamente adjudicadas. En el caso italiano la expresión de ese irredentismo agudizo las tendencias ultranacionalistas que pronto desembocarían en el fascismo. Pero fue en la humillada Alemania, y hundida en la crisis económica y social, donde el rechazo de los términos en que se impuso la paz, crearon el clima para el desarrollo de un nacionalismo revanchista y cruel.

Nacionalismo exacerbado

Existía ahora en la región un importante vacío político y económico, vacio que estaba destinado a ser ocupado por una potencia depredadora. Casi desde el principio del periodo de entreguerras, la batalla por el control del Este enfrento a Francia y Alemania, y su resultado final fue el comienzo de la 2ª Guerra Mundial. Alemania intento desesperadamente reconquistar la posición que les había sido quitada con el Tratado de Versalles, impulsada por el deseo de restablecer su categoría de gran potencia mediante la recuperación de los territorios perdidos y la expansión hacia el Este. Como dice el politólogo Karl Bracher, “Alemania alimentaba un exacerbado nacionalismo de nuevo cuño, que termino por teñirse de imperialismo”. Bajo la promesa de una democracia total de masas que barrería a los partidos y encarnaría la unidad del volk (pueblo, en alemán) se creó la idolatría del Estado omnipotente, en un marco conservador y autoritario. Se trataba de una ideología comunitaria basada en supuestos étnicos y racistas, que pasan do desde la xenofobia común en la época hasta el antisemitismo cruel, biológico y racial del nacionalsocialismo.

Aparece la Teoría de Darwin

El moderno antisemitismo se convirtió en el elemento más importante del nazismo y fue utilizado como instrumento para desviar la atención de las dificultades internas y externas. Hizo que el odio hacia los judíos se convirtiera en un antisemitismo político, social y biológico. Desde mediados del siglo XIX se había divulgado el entusiasmo las teorías evolucionistas de Darwin, que dieron lugar a la aparición del llamado darwinismo social. Como principios fundamentales de la convivencia humana y estatal se esgrimían la lucha por la existencia y el derecho del más fuerte, invocando las leyes modernas de la evolución y la selección. En este marco, la historia y el destino de los pueblos aparecían como sucesos biológicos; la calidad y promoción del pueblo y de la raza deciden, como en la naturaleza, la lucha, la selección, la supervivencia y la victoria de un pueblo sobre otro.
Charles Darwin


La doctrina social darwiniana contradecía la idea igualitaria, la idea de una sociedad abierta y móvil. Desarrollo el concepto de cría planificada mediante la selección de los mejores y su unión, junto a la prohibición de mesclas. Estas ideas, popularizadas y vulgarizadas, tuvieron creciente acogida. Bajo las pseudoteorías bilógico-raciales del nacionalsocialismo se desemboco en la política eugenésica y destructiva del III Reich. El Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores alemanes fundamentaba la pertenecía a la nación alemana en base biológicas, no jurídicas. La sangre era fundamento de los derechos y deberes del individuo, y lo que dividía a la población entre alemanes y no-alemanes. El Estado etnicista protegía y desarrollaba la raza aria mediante el cuidado de madres e hijos y la promoción de la cultura física y militar.

La nación alemana

Puerta de Bradenburgo después de la invasión a Berlin
Los no-alemánes quedaban apartados de las funciones públicas, y estaban sujetos a un control que podía llegar, en el caso de los judíos, a la muerte. Además, la existencia de las minorías germanas fuera de las fronteras y la necesidad de expansión determinaron el plan de formación de la Gran Alemania, considerada como la única nación alemana, gobernada por un solo Estado centralizado y dictatorial.

El pensamiento de Hitler descubría un destino histórico consistente en la materialización de la supremacía germánica. El lema que resumía la doctrina hitleriana era “un pueblo, un Estado, un jefe”. El pueblo, alemán, era, para los nazis, una comunidad de razas y sangre, que debía ser liberada de todo “contagio” y que debía conquistar su espacio vital, el Lebensraum. Para ellos, la supuesta superioridad del pueblo alemán justificaba, también, una política exterior imperialista y dominadora de todos los pueblos de raza y cultura alemana perdidos por el Tratado de Versalles, y la necesaria expansión hacia el Este.

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